Hace varios meses no escribo en este Blog, ni tenemos entradas por parte de otros contribuyentes. Sin embargo, hoy me embargan, valga la redundancia, las ganas de añadir algún contenido a este portal de aprendizaje acerca de la condición (la esquizofrenia) y las vivencias prácticas que he tenido que enfrentar en los últimos tiempos. Vivencias que han llegado a cambiar mi modo de ver la vida.

Hoy voy a hablar acerca de algo que quise tocar hace mucho: El estigma y el autoestigma, vistos, como siempre desde la perspectiva de alguien que lo ha vivido, y superado, por su propia cuenta.

El estigma, a saber, es esa carga emocional que la sociedad imperante pone a las personas con algún tipo de condición mental. Todas las condiciones de salud mental tienen estigma, sin embargo, la esquizofrenia es la que posee una mayor carga por parte de la sociedad en la que vivimos. Todavía se considera que debemos estar al margen de ella. Aún estamos luchando por la inclusión.

No obstante, es un paso obligado para todas las minorías el estar fuera de lo que la mayoría denomina “normalidad”. No me gusta esa palabra, prefiero “statu quo”. Lo he dicho varias veces, no creo que exista la normalidad.

Como personas con esquizofrenia, tenemos un estigma considerable.
Al pensar en la historia del movimiento LGTB y en la atención que le han puesto a la condición autista, veo que aún nos falta mucho como colectivo. La población de sexualidad diversa ha sabido “ganarse” su lugar en la sociedad a través de varios años de una intensa lucha por la igualdad de derechos, mientras que hay autistas que son, de una manera arquetípica, genios.

¿Por qué las comillas en “ganarse”?

Porque en el caso de la comunidad LGTB, fueron capaces de dar lo que la sociedad esperaba de ellos y, en algunos casos, sobresalir en ella. Así se ganaron el lugar que tienen ahora de minoría “respetable”.

Nuevamente, entre comillas, dado que toda minoría que no haga daño al resto con sus acciones es respetable, así no haga parte de la sociedad.
Estas dos condiciones, en especial, me llevaron a pensar en escribir esta entrada del Blog. ¿Por qué ellos sí han podido incluirse en la sociedad y nosotros no?

La cuestión tiene que ver con la sociedad de producción.

El statu quo espera de nosotros que hagamos parte de la sociedad de consumo, pero es algo que, la gran mayoría de nosotros no desea. Solo queremos vivir tranquilos. Entonces tenemos un punto en el cual difícilmente podemos negociar con el establecimiento. No nos interesa, razón por la cual sentimos desinterés y abulia, el hecho de trabajar para conseguir cosas inocuas que no nos traigan felicidad. Eso al establecimiento no le gusta, porque quien no consume, no produce, y, quien no produce, no existe para él.

Volviendo al tema del estigma, nuestras habilidades especiales, a las que he hecho alguna introducción en entradas anteriores, no son productivas para la sociedad de producción, cuyo único interés es que haya más bienes y servicios. Lo que quiere decir que estamos condenados per se a vivir a la sombra en esa sociedad, o a adaptarnos a ella, siendo este el paso más difícil.

Lo ideal sería que pudiéramos tener una vida en la que pudiéramos desarrollar nuestros talentos y ponerlos al servicio del resto, sin embargo, este es un ideal que muy difícilmente se realizará, a menos que logremos, como colectivo, reclamar nuestro derecho a existir desde la sociedad misma, tal como lo hicieron las minorías citadas. El único problema es que lo que tenemos para ofrecer al establecimiento es algo que el mismo establecimiento no quiere, aunque lo necesita.

Es este el gran dilema del estigma. Solo se puede romper desde dentro de la sociedad que lo impuso, pero para romperlo se necesita que la sociedad necesite, o acepte que necesite, lo que tenemos para ofrecerle.

Desde mi rol de persona con esquizofrenia que nos piensa como colectividad, veo que el camino es largo y pendenciero.

Tenemos que convencer a la sociedad de que nuestra habilidad y tendencia a la conexión con Dios es útil para ella. Tenemos que convencerle de que nos necesita, de la misma forma en que necesita profesionales en diferentes áreas.

El estigma cae en la medida que se valora lo que la minoría que lo tiene resulta útil a la sociedad.

Un ejemplo de ello es lo que pasa con los autistas Asperger. Se intenta darles herramientas para que interactúen con el resto. Se intenta incluirlos en la colectividad porque se ha visto su potencial como profesionales especializados.

Nuestros pasos están muy por detrás de los de ellos. Hay entre los nuestros muchos que no saben qué es lo que pueden hacer con esa habilidad para el conocimiento trascendental y todavía creen que están enfermos, de la misma manera que le ocurría a los autistas hace algún tiempo.

Es ahí cuando entran en juego dos palabras que nunca me han gustado. La primera porque me parece malsonante: Empoderamiento. La segunda porque su concepto, aunque existente, me parece asqueroso: Autoestigma

El autoestigma es que nos creemos lo que la sociedad cree de nosotros.

Creemos que no somos útiles a nadie. Creemos que estamos enfermos, con una enfermedad crónica que solamente tiende a empeorar cada día más, llevándose consigo nuestras habilidades cognitivas y sociales. Una enfermedad terrible, lapidaria. Autoestigma es saberse inútil al resto. Es saberse incapaz de hacer cualquier cosa que “valga la pena”, pensándonos solamente capaces de realizar las labores que la sociedad desprecia. Es sabernos seres humanos de segunda, que realizan labores de tercera y no están conformes con ello, creando un círculo vicioso: No hago nada que valga la pena, luego me siento inútil. Me siento inútil, luego no me pienso fuera de esta actividad que consume mi vida día tras día sin producirme nada más que dinero, que me hace sentir parte, aunque no lo crea realmente, de esa sociedad que me aliena.

Si llegáramos a saber que, principalmente debido a la condición, tenemos privilegios de los que no goza la mayoría neurotípica, pensaríamos en esa primera palabra, empoderamiento, y nuestra vida cambiaría completamente. Aceptaríamos la condición como algo que nos va a acompañar, dándonos otras capacidades, por el resto de nuestra vida y agradeceríamos a la Vida el hecho de tenerla, ya que gracias a ella podemos aprehender otro tipo de conocimiento oculto al resto y pasaríamos a ocupar el lugar que nos corresponde, rompiendo con el autoestigma.

No estamos enfermos, somos diferentes, y debemos construir la sociedad desde la diferencia.

Debemos buscar un camino donde podamos ser luz, ya que el mundo se encuentra en una patente oscuridad, orquestada por el establecimiento, que está acabando con la viabilidad de la vida misma en el planeta.

Siempre he pensado que tenemos un mundo por construir, como bien lo decía Jesucristo, “Los últimos serán los primeros”. Un mundo en el que los que estuvimos fuera aportemos a construir una nueva sociedad. Una era de luz, en contraposición con las tinieblas actuales.

Invito a todos mis estimados lectores a que piensen su vida preguntándose si lo que hacen actualmente sirve para construir esa nueva sociedad. Si su actividad contribuye a la felicidad de alguien.

Por mi parte, nunca me he sentido mejor, ni más libre que ahora. Sé que siempre habrá dificultades, pero que con la actitud adecuada, que he descubierto que es la actitud del aprendiz, esas dificultades nos enseñarán lo que tengan por enseñarnos.

De nuevo, agradezco encarecidamente a la Asociación Colombiana de Personas con Esquizofrenia y sus Familias (ACPEF) el presentarme la oportunidad de conocer otras personas que están, cada una en su camino, caminando y dejando estelas en la mar.

– El blog de Sergio Pastor Gallego